Hay paradojas en la vida que realmente son o parecen una provocación, aún sin quererlo. Durante la última epístola a los Apóstoles: de Pedro a Pablo y de Pablo a Pedro de este fin de semana, se ha colado en el medio del debate el abrigo de piel de una periodista. Es el mismo fin de semana en el que se está celebrando la cumbre económica de Davos, en un idílico paisaje de los Alpes Suizos, describen las crónicas; eso sí, a unas escandalosas temperaturas bajo cero, añaden, como preocupados los reporteros por si sus señorías pasan frío en los lujosos hoteles bien caldeados en los que debaten y se hospedan. Una tormenta de nombre Jonás –que nos está quedando todo como muy bíblico y profético- ha hecho de Nueva York una postal nevada por la que muchos atravesaríamos el charco aunque fuese a nado. Y yo no he movido el culo de mi puesto de observación bien arropada por el edredón de verano y en manga corta, porque a esta casa han llegado todas las crisis menos la energética, y es que no hay metros cuadrados ni para eso.
El caso es que busco la última hora sobre la crisis de los refugiados y descubro que hoy o ayer –da igual el día porque mañana y pasado será lo mismo – han muerto una niña y una madre en Lesbos. Hasta aquí todo trágicamente normal, porque el conflicto prácticamente ya ha dejado de existir, los medios y sus agendas ya han conseguido, de nuevo, anestesiarnos ante un dolor repetido, ante una realidad que creemos nos resulta ajena y en la que, por tanto, ya asumimos la muerte como un mal casi intrínseco a la huída de una guerra.
La paradoja o la provocación vienen de que estas muertes ya no se cuentan o retransmiten desde la excepcionalidad o la “anécdota”, como la de Aylan, sino al peso, y ya no son causa, sólo o mayoritariamente del naufragio y ahogamiento, sino de la hipotermia. Huír de las balas implica enfrentarse a otro tipo de munición: el mar y el clima. Y estamos en invierno. Y hace frío. Los mismos grados bajo cero que en Davos pero con distintos sabañones. Los mismos grados bajo cero que en Nueva York pero sin Pradas ni Armanis que echarse al hombro, y a la espalda, y a los pies, y a la cabeza… me atrevería decir que hasta a las tetas, que también sufren lo suyo si el aire es gélido.
Abrigos ocupados, disculpen las molestias
Frío romántico, frío bucólico y frío mortal, pero es que todos los abrigos están ocupados, muchachos, y, además, ¿dónde se vio desperdiciar una prenda de tanto uso en una mortaja? Que ya parecéis mi madre, preocupada por si para subir al cielo sería mejor llevar los calcetines puestos.
Los voluntarios y profesionales freelance que están aportando algo de humanidad a esta tragedia, rescatando y rescatándo-nos también a algunos de nosotros de nuestra tontera, han publicado todo tipo de fotos, de mayor o menor dureza, con el ánimo de concienciar. Se han hecho ejercicios comparativos con imágenes de antaño, de nuestra propia realidad, cuando también los españoles tuvimos que marchar y ni así somos capaces de entender que Siria no es un país ni un conflicto tan lejano. No hablo ya del resto de Europa, ese viejo continente que pasó del compromiso de acoger a 160.000 refugiados a dar asilo sólo a 82, sumando para el resto humillación y xenofobia a su paso por Hungría, Polonia, Noruega…
Veo las imágenes de la deportación desde este país a Rusia por el Ártico y sí que me empieza a entrar cierta sensación de irrealidad, de que esto no va conmigo, no por falta de empatía sino porque, desde lo racional, sólo me cabe en la cabeza que estemos ante una ficción, ante un gran rodaje global, recreación de aquellas épicas batallas napoleónicas, de aquellos tiempos de Anna Karenina…. Y también me digo, ya de retroceder tanto en la historia… mejor habernos quedado en los felices 20, que como su propio nombre indica, eran felices, y por lo menos había que ir mucho más ligeros de ropa.
Fdo: Mi abrigo y yo