Me encantan los cementerios. Y ojo, que no soy gótica ni padezco necrofilia. Me gustan porque los frecuenté mucho todos los domingos de mi infancia; siempre como una excursión, de esas de ropa de estreno, nunca como una tragedia. Me atraen porque, curiosa por naturaleza, de sus lápidas, nombres y epitafios puedes reconstruir o reinventar vidas y en algo había que entretener el tiempo, sobre todo si eres la primera en acabar de rezar. También en función de los arreglos florales era fácil llegar a conclusiones, esos mismos arreglos que hoy robo clandestinamente para abrigar un poco la desolación marmórea de nuestro panteón, casi siempre sucio y vacío.

Pasarela gótica
Mi ritual era casi siempre el mismo, acercarme a las tumbas siamesas de lo que yo imaginaba había sido una historia de amor como la de Romeo y Julieta; a continuación, mirar por las rejas del panteón de una familia rica pero oscura, al que nunca conseguí tener acceso y, finalmente, limpiar y compartir algún hierbajo con el último nicho, sin placa, de un niño sin nombre que hoy intuyo era un bebé –que no un ángel- o un aborto, porque aunque nunca me cansé de preguntar, nunca fueron suficientes las respuestas.
Nada es lo que parece
Como en aquella época aún estaba más en la luna que en marte y era más repipi que punky, reservaba mis últimas oraciones para el listado de nombres Caídos por la Patria que había en una ostentosa placa en el muro de la entrada, a mano izquierda de la puerta. Obviamente, en mi composición de lugar, tenían que ser los buenos, porque yo algo del tema de una guerra ya sabía, también sobre lo de los dos bandos y que los rojos era hacia donde escorábamos nosotros, por tanto mi conclusión parecía lógica: Si los buenos iban al cielo… previa parada técnica en el cementerio… yo rezaba por el bando correcto.
No sé si mis plegarias fueron suficientes para que lograran el descanso eterno porque yo preguntar no pregunté, tan claro lo tenía, pero alguien me descubrió a tiempo y me sacó de mi confusión, por lo que dudo que les haya rezado los padrenuestros suficientes para cumplir completa la penitencia por sus pecados “sin memoria”.
También siempre me gustaron los cementerios, debo reconocerlo, porque después de este ritual iba a jugar a casa de unas señoras, guardianas de las llaves del camposanto, que me dejaban mis objetos del deseo más preciados de ayer y hoy: bolsos y zapatos altos, muy altos 🙂
Nomes e voces
Quizás porque mis muertos cercanos han sido todos muy prematuros y están perfectamente ubicados, no eres verdaderamente consciente del alcance de los cuerpos que todavía continúan en las cunetas. Creo que es a través de Lorca, que si no recuerdo mal lo empiezas a estudiar ya en bachiller, cuando comienzas a darte verdadera cuenta del surrealismo de esta realidad, en un país que te venden como ejemplo de democracia. Te sigues haciendo mayor y coincides con quienes se dedican precisamente a rescatar la memoria histórica y no hay encuentro con los chicos del Proyecto Nomes e Voces, por ejemplo, del que no salgas llorando.
Cuando, además, le pones nombre y apellidos, como es el caso de Asunción, y descubres que ella por fin lo ha conseguido, más de 80 años después, pero gracias a la justicia argentina y a la financiación de un sindicato de electricistas noruego, no tienes claro si deberíamos volver a levantarnos en armas o directamente decir aquello de paren el mundo que yo me bajo.
Fuera de agenda
Ayer fue un día para la emoción pero también para la historia ergo un hecho noticioso. No una anécdota, no una crónica de color, no una columna en sociedad; fue una información política, social y humana que debería haber abierto informativos para vergüenza de todos –de unos más que de otros, claro- y para seguir creando masa social que favorezca la recuperación de todos los cuerpos y su descanso digno allá donde sus familias decidan.
Me encantó Asunción porque pese a todo no transmite rencor, aporta lucidez, no pierde la sonrisa y sigue siendo enormemente coqueta. Reconcilia con la vida porque te hace creer que sigue habiendo gente buena. Lástima que la mayoría de los informativos televisivos, sin embargo, hayan preferido priorizar a la gente mala: el culebrón del crimen político-pasional de León, o a la que no se aclara: el esperpento de la configuración de los grupos parlamentarios de una legislatura que probablemente ni siquiera va a ser.
Guerra de despachos, de burocracias y de estrategias mientras en la calle, mientras la sociedad… y a buenos entendedores… pocas palabras bastan.