-Sal, hijo de puta!
¡Jíbaro!
No. Esto nunca fue un diálogo, el hijo de puta jamás salió del agua –básicamente porque apenas había entrado- y el jíbaro, pese a que hoy/ayer fue el Día de la Hispanidad, no merece tal desprecio.
Jíbaro es el nombre despectivo con el que los conquistadores españoles se referían al pueblo de los Shuar, el más numeroso del Amazonas, que vive disperso entre las selvas de Ecuador y Perú. Como decía quien gritaba, pero ya una vez con los pies en la tierra y seguro de que esas ocho plantas, aunque heridas, estábamos todas localizadas: “Desde Pizarro, los españoles no han traído nada bueno a América”.
Eso mismo debieron de pensar también todos los jíbaros de las Comunidades de las orillas del Nangaritza, a los que no contentos con ponerlos a prueba remolcando nuestra pin up, convenientemente encajada por la menda en una maniobra marcha atrás, les pusimos a huevo que nos incluyan en el saco y se refieran a nosotros como gringos, sin distinción.
El clásico ambientador de pino que hace las veces de perro cabezón comprado en una gasolinera colgando del retrovisor nos delataba, con sus colores de la bandera estrellada norteamericana. Nosotros pusimos el resto. Coche aparcado, puertas abiertas, material tendido, mucho jijijij mucho jajaja, un bailecito, patatillas para el camino, abróchense los cinturones, esto es un remo, un poco más arribita y…
Con razón la expectativa era tan alta desde el puente, desde donde lo que para nosotros era una velocidad que merecía ser gravada en vídeo porque una foto no reflejaba suficientemente la fuerza del río, para ellos debía ser algo así como: “Están locos estos romanos” (léase españoles).
-¿A qué de esta no te acordabas, Intruso?
-No, una más para nuestro decálogo de inconsciencias, errores de cálculo y decisiones erradas.
El nombre de Nangaritza se deriva de la palabra shuar Nankais, que significa valle o aguas de las plantas venenosas, y se debe a la presencia del majestuoso Río de igual nombre que atraviesa el cantón de sur a norte.
Majestuoso era, doy fe, aunque en mi caso no me pregunten dónde terminaba Ecuador ni dónde empezaba Perú porque yo solo podia pensar en clave de cuesta arriba y cuesta abajo, derecha-izquierda, y en corroborar una obviedad, literal y metafórica, es muy duro nadar contra corriente 😉 Intentaba visualizar Belém, en Brasil, como punto zen, pues supuestamente es a donde en algún momento llegaría el río y, por ende, yo pero las hostias del kayak, más ingobernable aún fuera de él que dentro, me devolvían rápido de la ensoñación a la razón.
Cuestión de supervivencia, imagino, conseguir no perder la calma, de hecho hasta eché alguna risa consciente de lo delicada de mi situación y de lo absurdos y hasta cómicos de algunos de mis pensamientos en un caminito que ya, claramente, era cuesta abajo y ganando en velocidad.
No fue así en la casilla de salida, ahí no hubo risas, ese momento en el que el grupo se desestabilizó y lo último que oí fue el grito desesperado de Intruso: “Sal hijo puta”, acercándose a un kayak volteado en donde, en el mejor de los casos, encontraría un cuerpo aún susceptible de reanimación.
En décimas de segundos comenzó mi libre descenso, dejé de ver pero no de oír. “Sal hijo puta” como un eco, como un estribillo que retumbaba en mi casco amarillo con un mensaje muy claro: Se acabó. Ellos muertos y yo… bailando samba.
Sí, hasta me puse banda sonora. Pensé en Lluis Llach y En el río que nos lleva. Pensé en mi madre. Hasta pensé en Dios, para que por una vez me diera una hostia pero de verdad si el desenlace final era morir ahogada. Mejor piedra o tronco en la cabeza cuando llegue a los rápidos. Pero finalmente no hizo falta y conseguí esquivar la “palizada”. Debe ser cosa de mi nuevo karma, imagino, de haber dicho: Hasta aquí y ser capaz de esquivar los palos en mi nueva vida. Aunque hoy he de reconocer que tengo el cuerpo totalmente molido.
Tanto, tanto los esquivé que la estrategia más clara, que era la de intentar orillar para agarrarme a unas ramas y de ahí esperar rescate o alcanzar la tierra fue intútil buena parte del trayecto. En David contra Goliat siempre ganan el arrastre del kayak y la fuerza del río. Así que, Siga no más, como dicen en Loja, y continúe pensando.
¿Dejar el barco?, ¿abandonarme a mi suerte?, ¿lo importante es participar? ¿intentarlo de nuevo? Uy, ese remo se escapa, no, mejor lo busco, qué hacer sin remo si al final consigo remontar? Supongo que me pudo la deformación profesional, en esto de estudiar opciones y estrategias diferentes a las ramas que se me resistían, y todo pese a ser una “parva” en nivel selva –Intruso dixit- que se lo perdono porque oír a un tipo de Carabanchel llamarte Parva en el medio del Amazonas y en estado post-traumático pues hasta te piensas que te están diciendo algo bonito.
La deformación profesional y que no me quería morir, obviamente, aunque tuviera que estar muy triste un tiempo por mis compañeros fallecidos en el intento pero oye, como bromeábamos la noche anterior: “Las películas de miedo americanas siempre empiezan así… y solo puede quedar uno” 😉
Pero América Latina no es esa clase de América así que la película acabó de otra manera, también con cliché pero quizás más de película romántica o pastel que de terror. De esas en las que los chicos rescatan a las chicas pero con tintes etnográficos y de raíces en nuestro caso, pues los primeros héroes salvadores fueron los jíbaros.
Conste que debía estar manteniendo muy bien la compostura porque solo cuando empecé a bracear y a decir las palabras mágicas de Ayuda Ayuda los shuars que mi ángel de la guardia dispuso en una especie de embarcadero con canoas llenas de plátanos se dieron cuenta de que, como dicen ellos, yo era una “ahogada”, no una experta kayakera descansando un rato. Pero estamos en el Amazonas, señores, yo no alcanzaba ni la orilla ni a entender lo que me decían y ellos no podían correr más a mi vera porque no había camino así que llega el momento de la impotencia, de la rabia, de cagarte en Dios y en el puto kayak, de decir: Hasta aquí, tiro la toalla o de hacer un último esfuerzo. Lo hice y esta vez gané, a consta de la barca y del remo pero yo ya tenía mi árbol y de allí no me sacaba ni una anaconda. Ya solo quedaba seguir gritando e imaginar que en algún momento los jíbaros podrían hacerse camino o darían aviso para que una lancha de motor me sacase del frío.
Finalmente, se lo debo a ellos, a tres shuars con camisetas de Converse y Alianza País que me lanzaron un palo. Sí, sí, como en las películas, en esta historia no hay licencias literarias, y desde el palo pude trepar sin riesgo de corriente hasta la orilla. Sus pies y los míos, la inversion de los papeles, el indígena con katiuskas y el gringo a pelo, con hormigas, arañas o no sé qué mierda destrozándome las piernas pero daba igual, estaba a salvo, con la selva por montera, abriendo camino. Eso sí, una vez superado el malentendido entre ahogado y rescatado porque ver pasar, vacío, otro de los kayak de tus amigos y oír, al mismo tiempo, “aquí está el ahogado” solo lleva a confusión y dolor.
Tenía que estar una mujer para interpreter bien el lenguaje emocional -ya que entendernos en español estaba siendo complicado- y sacarme de la angustia. Los tres estaban vivos. Según la version Shuar, agarrados también a un árbol armando bulla. La verdad es que nunca llegaron a estar juntos en la orilla, el Hijo puta que no salía del agua es que realmente casi ni había entrado, abandonó a la primera de cambio el bote boca abajo y se encaramó en unas ramas. Mientras, Intruso y Ornitólogo sí permanecieron unidos hasta que visualizaron la carretera y, mientras buscaban ayuda, encontraron a Hjoputa, así que se repartieron los papeles: Intruso con un paisano y una lancha a motor a por mí, o lo que quedara de mí, y los demás a las cabañas a dar aviso y salir a rastrear la otra parte del río. Intruso llegó primero porque, con las prisas, los otros pincharon la pin up y no podían cambiar la rueda.
Llegó mientras yo esperaba entre shuars y plataneros el transporte fluvial de las cuatro que nos subiría hasta la comunidad. Nos alegramos mucho de vernos aunque lo disimulamos, ni yo las tenía todas conmigo de que realmente estuvieran bien y su expression, de hecho, no denotaba nada bueno, ni él sé ni quiero saber los escenarios que realmente manejó sobre mi paradero.
Aún no eran las cuatro y realmente salimos a la una, me ha llevado más contarlo que vivirlo, pero la dimension temporal en estas situaciones es como toda una vida. En las cabañas, de hecho, aún tuvieron que esperar dos horas más hasta tener noticias mías, de primera mano, eso sí, de cuerpo presente, divina de la muerte, por cierto, descendiendo de un autobús sin ventanillas y de colores con las piernas hechas un cristo, mi mini short, mi bikini rojo y mi turbante festivalero, que sobrevivió, increíblemente, a casco y aventura.
Puerto de las Orquídeas
En la parroquia Zurmi, del canton Nangaritza, se encuentra este pequeño Puerto de transporte fluvial, en donde el turista puede disfrutar de paseos en bote río arriba disfrutando de las maravillas naturales.
El día de autos los paseos se habían suspendido por la crecida del río.
Putos Gringos. Despierta, dispara!!!
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Escribes muy bonito, pero piensa más en lo que hacen tus palabras…