Los niños muertos no están de moda

FOTO AYLAN

Fuente: Internet

Los niños muertos ya no están de moda. Lo advertí en su momento, con la perspectiva que me da vivir a años luz de la tierra, que Aylan corría el riesgo de ser puro atrezzo, y el tiempo me ha dado la razón.

Ah, ¿qué no os acordáis de quién era Aylan? Era un niño de entre dos o tres años, me parece, que escapaba de su país con más familia, un hermano o hermana concretamente, que podría haber salido en su misma foto, pero el efecto emocional causado habría sido tan diferente que poco más se supo del otro cadáver. El suyo sí daba juego, las malas lenguas dicen, incluso, que los fotoreporteros del dolor manipularon sus zapatitos y su posición para obtener La Foto, la que realmente sirviera para revolver conciencias.

Revolver o aliviar habría que preguntarse a día de hoy. Pues si bien es cierto que su muerte –su asesinato- a manos de una Europa inhumana e incivilizada de la que todos somos responsables, fue el punto de inflexión para poner en agenda el gravísimo problema de la inmigración y de ese cementerio gigante llamado Mar Mediterráneo; es también verdad que sirvió para marcar un antes y un después en la demostración explícita de lo peor de nosotros mismos. 

Es el peligro de la política de gestos, por eso cruzo los dedos para que la aceptación por parte de Pedro Sánchez del ofrecimiento de ciudades como Barcelona o Valencia para que el Aquarius atraque en sus puertos no se quede simplemente en eso.  En el vergonzoso grito de: ¡Victoria! del primer ministro de Interior Italiano.

OSCAR CORRAL

OSCAR CORRAL (EL PAÍS)

Aylan fue, efectivamente, una patada en la boca, pero como ya señalaron algunos analistas en su momento porque, en el fondo, podría ser tranquilamente un pequeño como los nuestros, como nuestros propios hijos. Su calzado estaba mojado, no descuidado; su ropita era occidental, hasta sus rasgos poco tenían que ver con las caras hacinadas de los hombres, mujeres y críos de naves como la rescatada por SOS Humanitaria. Estoy segura, de hecho, que pocos habéis sido los que os habéis atrevido a entrar en el album del gran compañero fotógrafo Óscar Corral a bordo del barco. Y os aseguro también que, aún haciéndolo, hay un momento en el que apenas distingues, pese al trabajo profesional de Óscar. En el que tu visión es homogénea, porque cada una de esas 629 personas recogidas por Médicos sin Fronteras tiene una vida, tiene una historia pero ahí, en un barco a la deriva, rechazado por todos los estados de bien sólo tienen una misma vivencia.

No somos refugiados

Han pasado ya 8 años desde que Europa asumió la mal llamada Crisis de los Refugiados. Primero con el entusiasmo paternalista de demostrar que por eso somos un continente desarrollado, cuna de civilizaciones, de valores, de filosofía, arte y democracia. Por eso Aylan fue portada, por eso todos los grandes líderes que manejan el cotarro, con Angela Merkel a la cabeza, convocaron con cierta urgencia -los tiempos en las instituciones tienen sus propios ritmos- reuniones para estudiar la situación y dar una respuesta política a una crisis de personas. La falta de acuerdos los llevó, incluso, a desplazarse a lujosos hoteles de calefacción asegurada y pasarela de abrigos de marca para ver si con un contexto diferente se acababa la discrepancia. Y estoy siendo irónica, claro, porque a medida que el pequeño Kurdi desaparecía de las informaciones de apertura de los telediarios, se multiplicaban las imágenes de patadas en las fronteras, el hambre, la miseria y las alambradas.  Se estaba acuñando, en palabras de Agus Morales, el concepto de refugiado como enemigo contemporáneo. «No son refugiados: son terroristas, criminales, indocumentados».

Morales describe mucho mejor que yo lo que sucedió aquel verano de 2015 en el que «la opinión pública europea descubrió el continente de los refugiados sin refugio. Se había formado hace mucho tiempo, pero hasta que Europa no vio su contorno, hasta que no vio de cerca las caras de los millones de personas que huyen de la guerra cada año, no reaccionó (…) Europa tuvo que ver todo eso para vivir un momento de efervescencia. De indiganción, de aroma a cambio, de ya nada volverá  a ser lo mismo. Y Europa tuvo que ver una imagen como desencadenante, como símbolo del supuesto despertar de conciencias: Alan Kurdi (…) La imagen tomada por la fotoperiodista turca Nilüfer Demir fue un puñetazo para Europa. Aquella foto no hablaba árabe, sino inglés, alemán, castellano, francés. Meses después, ya no hablaba ningún idioma».

De los 160.000 refugiados que la Unión Europea decidió acoger, repartidos por diferentes países, aún hoy es el día que no se han cumplido ni de lejos las cifras -en España, por ejemplo, del compromiso ya raquítico que se adquirió, aún fatan alrededor de 17.000 personas por llegar-  Y no sólo eso, sino que no se ha desarrollado una verdadera política humanitaria porque, citando de nuevo a Morales, «llegar no siempre es llegar. ¿Se puede llegar sin llegar?» Hay un después que todavía no está resuelto y que pasado el primer año de acogida vuelve a convertir en prisioneros, si es que alguna vez dejaron de serlo, a nuestros hermanos y hermanas que tuvieron la mala suerte de nacer en la otra cancha de la pista de tenis, mar u océano.

COLECCION CRUCERO CHANEL

IG Chanel (Colección Crucero)

A veces me preguntan qué tiene que ver alguna de las cosas que escribo con la moda. En mi biografía, el periodista y escritor Camilo Franco ya avanzaba algo. La ropa lo es todo, lo dice todo, es el material con el que construimos o disimulamos mucho de lo que queremos decir y también callar. Para mí, además, la moda es la coartada y la palabra, la salvación. Desde y sobre las costuras. Sin dedal, aunque sangre, aunque duela, porque hay estilismos, como el que lucimos en Europa de un tiempo a esta parte, que provocan auténticas hemorragias, pues van más allá del mal gusto y olvidan el sabio arte de combinar, de mezclar, de arriesgar con el mestizaje de texturas, culturas, diseños y colores.

VESTIDO RAYAS

IG Zaitegui

Me gustan mucho y se llevan las rayas. De tal guisa digo: yo os espero, yo os quiero. También me gustan mucho los barcos, en días como hoy, sin embargo, me pregunto si no habría que replantearse, por pudor, solidaridad y humanidad, la moda de la colección crucero.

«Su último acto de libertad fue mirar al mar Mediterráneo.

Ulet era un somalí de 15 años que había sido esclavizado en Libia. Lo vi subir al barco de rescate con una camiseta amarilla de tirantes y señales negras en la rabadillas (…) Estaba solo. Era un menor sin familia ni amigos. Los somalíes que viajaban con él decían que había sido torturado en un centro de detención en Libia, que allí le obligaban a trabajar, que no le daban ni agua ni comida. Según el equipo médico a bordo, Ulet sufría también algún tipo de enfermedad crónica, nunca se sabrá cuál».

Morales, Agus y Surynyach, Anna: No somos refugiados. Círculo de Tiza, 2017

 

 

 

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