No, esto no va de depilación brasileira, de rasurados o de felpudos. Esto va de lo que va. De cuando el pelo de tus partes se nos sube a la cabeza ¡Y ojo!, que nada más lejos de la metáfora. Se trata de la última ocurrencia de la Semana de la Moda de Nueva york que se celebra estos días: Las pelucas Vulva.
Tampoco. No se trata de postizos hechos con pelos íntimos, sino de unas bragas peludas de colores puestas a modo de tocados próximos a las crestas Punk o a los nidos de pájaro.

Foto: El Periódico de Catalunya
No he tenido mucho tiempo para documentarme sobre el origen y motivo de esta creación -la actualidad manda y ya voy con mucho retraso- pero algo me dice que, quizás, lo del sombrero vaginal sea más un grito que una excentricidad. Una forma de sumarse a las reivindicaciones del 8-M, ahora que tan cerca estamos de la huelga de ovarios.
He llegado a esta conclusión tras leer, primero, y ver, después, la frente despejada de Anna Gabriel desde Suiza. Y es que, en su caso, nada mejor que echar el flequillo a un lao para ratificar con gestos que lo que para algunos es escurrir el bulto para la mayoría es ir de cara. Es cierto, lo más seguro es que haya sido un cambio más político que estético, recuperación de su color natural incluida para suavizarle los rasgos, pero también toda una lección para acabar con clichés y estereotipos, como los que la hacían más en Cuba o en Venezuela.
Y ahí es donde se delatan el unionismo y la caverna, en que no se les pueden romper los esquemas y menos si es para tener que mirarse al espejo ¿Pero cómo, que esta sediciosa sabe idiomas, uno tan elegante y sutil, además, como el francés? ¿que se instala en países que son «paraísos reservados» para nosotros, el pulcro capital? ¿dios mío, si hasta podría ser una de las nuestras?
Patriarcado y clase social
Nos ha dado un poco la risa y la indignación que ciertos medios hayan hecho escarnio e madicer del susodicho cambio de look o, peor aún, que hayan limitado sus informaciones a la anécdota frente a los hechos vergonzosos y vergonzantes que nos han traído hasta aquí, a nosotros y a vosotros; y al país del reloj de Cuco, a ella.
Anna Gabriel se ha marcado un «dientes dientes, que es lo que les jode» en versión hair style y la peña ha picado. Tenía que picar porque son así de previsibles y cada día, además, menos disimulados. El problema de fondo no es, ni siquiera, estratégico o político en el sentido de un nuevo ridículo internacional para España, sino un problema de clasismo. Que rima con machismo, pues, al fin y al cabo ¿qué vamos a denunciar el día 8 y todos los días? Desigualdad.
Virgine Despentes lo explicaba muy bien en una reciente entrevista, aprovechando su estancia en Madrid. Se refería a su forma de entender el feminismo, de tal forma que la clase social está en el centro mismo del análisis, y ponía como ejemplo las críticas de la actriz francesa Catherine Deneuve a la campaña #metoo.
Si lees, por ejemplo, la carta de Catherine Deneuve contra el «puritanismo» del #metoo, te das cuenta de que es un texto en el que mujeres de la alta sociedad expresan la rabia de los ricos. Más que feminismo, ese texto ejemplifica hasta qué punto los ricos parecen estar molestos por el simple hecho de que las víctimas se quejen. Se podrá leer en claves diversas, pero para mí lo que refleja ese supuesto manifiesto no es más que un puñado de ricos que no soportan que ciertas personas traten de poner límites al ejercicio, según ellos legítimo, de poder que desempeñan sobre otras personas. Parece que el problema es nuestro como víctimas por no sabernos comportar como es debido y agachar la cabeza de forma obediente. Dicho de otro modo; no creo que una cajera de Alcampo suscriba ese mismo texto.
Pues en el caso que nos ocupa, en cierto sentido, pasa un poco lo mismo. Las mujeres de orden han descubierto que Anna es guapa y eso las saca de sus casillas. Sus hombres, estoy convencida, hasta se han hecho pajas comentando la jugada: pues sí que estaba cachonda la catalano-jarraicita esta. Y Rajoy diría: pero zi era una chica normal.
Y así todo. Así de triste y de simple, mis queridos y queridas hombres, mujeres y niños. Incluso lo que nos parece una chorrada, a nada que rasques, deja en evidencia un estado, un gobierno, un sistema que se resiste a la normalidad. Un orden supuestamente natural en el que el patriarcado impone sus normas y estas incluyen no molestar a sus señoras con chicas de poca clase que, de repente, también pueden ser princesas; para colmo, tienen estudios y, además, se permiten el lujo de no necesitar un príncipe que las mantenga.
Jardín oriental
Algunas optamos por el flequillo por decoro, por no ofender demostrando los 7 cms de inteligencia que desbordamos entre el nacimiento del pelo y el de las cejas. Eso, y ocultar sutilmente algunas molestas manchas de nacimiento, vale, lo asumo. A Anna Gabriel, en mi opinión, no le favorecía, o es el corte de pelo, que no le acompañaba; pero para gustos, colores. Y para gestos, lo mismo.
De hecho, efectivamente, las famosas pelucas con las que comenzamos el post pertenecen a la colección Jardín Oriental del estilista surcoreano Kaimin. Se trata de unas piezas que ya la usaban las prostitutas a principios del siglo XVII después de afeitarse los genitales y que se conoce con el nombre de ‘merkin‘ . Ahora, según leemos en las crónicas, el diseñador las ha recuperado para «fomentar la igualdad«.
Todas las diferencias, incluso si no se comprenden completamente o no se está de acuerdo con ellas deben ser toleradas; todas las criaturas merecen espacio bajo el sol
Así que, si finalmente colocarse la vulva en la cabeza es una forma creativa y efectiva de reivindicación, pues bienvenida sea. Por esto, por Anna, por la democracia y por todo lo demás, el día 8: Huelga y libertad.