Zoido, Puigdemont y un vestido tirolés

Esto va más rápido que el tiempo que me lleva a mí un ida por vuelta a Saturno, y eso que por el espacio se viaja a la velocidad de la luz. Con mis pies a remojo -como ya os conté- por tremendo dolor de tacones, me soplan mis fuentes que los alrededores del Parlament están tomados por la policía para garantizar que MegaPuigdemont no vuelve a metérsela doblada.

Me conecto, desganada, a las noticias y ahí está él, el antiglamour hecho ministro, asegurando que él mismamente y su equipo ya están diseñando un dispositivo para que el fugitivo no pueda aparecer de cuerpo presente en la investidura. Estoy que lo flipo. Primero, porque es oír la palabra dispositivo y equipo para dirigirlo y no poder evitar que mi memoria salte como un resorte y me obligue a visualizar esa foto, que ya será mítica, del gabinete de crisis durante la nevada en la AP-6. Segundo, porque las declaraciones de nuestro Hernández y Fernández a la española, no son una declaración institucional o un comunicado, no, son durante una entrevista en la que la intrépida periodista, que obviamente tampoco es Tintín, le sugiere la posibilidad del maletero del coche como vía de escape. Zoido la mira con picardía, no porque el rubio y la silicona de la Griso se la pongo dura, como a tantos, sino porque ve en su apreciación una posibilidad que a él se le había escapado y que, obviamente, también es un método de fuga altamente probable en el caso que nos ocupa.

Me cachis! habrá dicho, cómo no se me habrá ocurrido a mí, y asegura, con solemnidad y firmeza, que tampoco, que en el maletero del coche tampoco. Puigdemont no podrá cruzar la frontera y punto. Le preocupa a nuestra ministro la de caminos rurales que hay en Catalunya, que complican la operación, pero mantiene la confianza y quiere trasladar un mensaje de tranquilidad  a todos los españoles de bien: no entrará en nuestro territorio ni en barco, ni en helicópetero ni en ultraliegero.

Salgo despistada del metro, en pleno Paseo de Gracia, y mientras me arreglo los bajos de una camisa, que por ser de estreno aún no le tengo pillado el punto, me doy de bruces con una mujer uniformada, pedazo metralleta en bandolera, que me aconseja que me ande con más cuidado ¡Y tanto! Glups. Así que miro de frente y veo una lechera con un buen número de policías pululando, mientras el que está al mando del cotarro habla con alguien por el interfono para confirmarle que sí, que ha llegado el metro, «están saliendo», pero todo en orden. Hombre, si Puigdemont pone los pies en Barcelona vía metro, línea 3, y se baja tan pichi en pleno centro neurálgico, conmigo presenciándolo, además, no sé si sobreviviría para contarlo, que de la risa también te mueres.

Claro que vete tú a saber, que Puigi está demostrando ser muy listo, las fuerzas de seguridad del estado muy tontas  -o las dos cosas a la vez-, en esta ciudad los gatos están de moda y todos los gatos… son pardos, así que igual ya anda por ahí y las imágenes de un hiperserio Roger en el aeropuerto de Bruselas eran pura puesta en escena, para hacer creíble el juego al despiste y para demostrar que, desde luego, él en su coche no lo traería de vuelta, básicamente porque viajó en avión. Sobre lo del precio del billete pues ya se verá, si lo paga de su hípster abrigo o a costa de los votantes que lo eligieron, a él y al President; que los eligieron precisamente para este tipo de cosas, para arreglararlas, vaya, y para que por fin alguien dirija el rumbo del país, nación, república que ahora mismo está en la tecla Pause.

Le doy vueltas y el subconsciente me hace tararear Qué será, será, Whatever will be, will be…  Pero enseguida descarto la opción, porque aunque con su pelazo bien podría imitar el cardado de  Doris Day en El hombre que sabía demasiado, su negritud no hay forma de decolorarla para conseguir hacerse pasar por la rubia de la peli. Intento pasar al siguiente supuesto y os juro que el corazón se me altera. Mientras tomo una caña al sol en la terraza del Bar Pi, colindante a la iglesia de igual nombre, unos músicos de los que apedrean el acordeón y pasan la gorra interpretan la banda sonora del mítico film de Hitchcock. Mátame camión ¿significa algo? El asunto me acojona lo suficiente como para beber de penalti el grolo que me quedaba y salir por patas. Acabo, eso sí, comiendo unos huevos payeses con morcilla negra -que ya sé que no le pegan nada ni al local ni a mi estilismo, con mis Uno de 50, mi ámbar y mi botín japo- en Els Gats de Barcelona. Un garito de puta madre que también emite señales, porque si hoy bajé al centro fue para comprar, precisamente, BCN.GAT Gatejant per la ciutat , de Marcos Ismat.

Miau. Todos los gatos son pardos y, además, aquí hay gato encerrado, aunque yo en el ultraligero no lo veo, los helicópteros tienen tufillo monárquico y el running por el rural…  pese a que Girona creo que ya no es Tabarnia, pues como que tampoco.

No sé si por el gin tonic que me acabo de pedir, más por el postureo que por las ganas, o porque todo en él ha sido tan épico hasta el momento, que yo como de verdad lo imagino es como el coronel Von Trapp de Sonrisas y lágrimas, llegando al Parlament alegre y triunfal con el traje tirolés, que le va que ni pintado, después de haber cruzado los Pirineos, en su caso, al ritmo de Climb Every Mountain.

Y aquí lo dejo, que el alcohol hace estragos y el wifi va como el carajo, así que, quizás, cuando publique, mis especulaciones habrán hecho aguas porque, una vez más, Megayó habrá superado todas nuestras expectativas o Zoido tendrá ya suposiciones nuevas que dejen obsoletas las aquí contadas… y cantadas 😉

 

 

 

 

 

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