¡Ni las guerras son ya lo que eran! Será porque en el imaginario de los de mi generación hasta resultaban románticas y ordenadas, con sus declaraciones formales, conforme iban a comenzar; con sus batallas, en muchos casos, concertadas; sus ejércitos, elegantemente uniformados y sus The End al grito de La guerra ha terminado.
Sabías quiénes eran los buenos y quiénes eran los malos y, por supuesto, el bien vencía al mal. Hoy, sin embargo, creo que lo único que realmente está claro es quiénes son las víctimas, porque no estoy segura de que sea peor el que pone las bombas que el que nutre sus arcas financiándolas, por no entrar en otras disquisiciones de política internacional, que no son lo mío.
Hace tan sólo unas semanas, el propio Tony Blair reconocía –¡a buenas horas!- que la intervención en Irak había sido un error; idea a la que se sumaba Margallo, ministro de Exteriores de España, quien llegaba a reconocer que de aquellos polvos vienen estos lodos, léase, por ejemplo, Siria, y por eso, a lo mejor, ahora está tan callado y quien está actuando de portavoz es Fernández Díaz, porque hay víctimas de primera y víctimas de segunda y cuando toca llorar a las de primera, la reacción no puede ser otra que la del ojo por ojo, aunque signifique cumplir el tópico de que el hombre es el único animal que tropieza dos (o más) veces en la misma piedra.
Si hiciésemos una encuesta, estoy casi segura de que muchas de las víctimas de primera, es decir, nosotros, los occidentales, no teníamos ni puta idea del follón que había montado en Siria hasta que vimos la foto de Aylan muerto en una playa. Aylan nos impresionó, nos dio una bofetada en la cara y nos hizo situar en el mapa buena parte de los conflictos de Oriente medio y próximo en forma de refugiados. Aylan, sin embargo, fue una anécdota, una foto ya más de setenta veces repetida pero no publicada. La comunidad internacional, tras los primeros selfies solidarios, rápidamente plegó velas y cerró fronteras y las cadenas de televisión pronto cambiaron el orden de la escaleta. Hasta que París dejó de ser la ciudad de la luz.
Cadáveres explícitos vs muertos implícitos
Ahora tenemos que cuidarnos, y mucho, de evitar nuestra propia radicalización metiendo en el mismo saco a terroristas y refugiados, pero ojo, que no meterlos en el mismo saco no es sinónimo de que no estén íntimamente relacionados. Es decir, antes de la tragedia de París, antes de esos más de cien muertos que apenas hemos visto pero sí hemos llorado, están los cientos que han dejado sus vidas en el agua, cadáveres explícitos que no tienen heridas de bomba o de bala porque en las guerras de ahora hay otro tipo de armas, y el auga es tan mortal como el Kalashnikov. Son las víctimas de segunda, porque por ellas no se aplica la ley del talión, ni se decretan días de luto, ni la tele-espectáculo desplaza a todos sus equipos supuestamente informativos para narrarnos, de luto riguroso y diseños sobrios, la anécdota, la vela, la flor, la niña del osito o el testimonio humano.

Bueno, unos más sobrios que otros
Es obvio que siempre nos duele más un hermano que un primo segundo –o no- pero un poco de ecuanimidad tampoco vendría mal, porque la guerra hace tiempo que ha comenzado y Francia, Europa, hace tiempo, además, que está participando en ella. En los escasos osasis informativos que hubo el domingo, alguien puso encima de la mesa dos datos escalofriantes ante los que las autoridades siguen permanenciendo inmunes o no consideran un frente prioritario al que atacar, y así nos va. Uno de ellos, quizás más previsible o conocido, es que el 90 por ciento de los jóvenes que consiguen ser captados por los yijadistas son personas con problemas personales, con alta vulnerabilidad. Pero el otro, no sé si por más reciente o por darse en la aulas, me ha puesto todavía más los pelos de punta. Un 30 por ciento de los niños en los colegios franceses mostró indiferencia o protesta por el minuto de silencio cuando se produjeron los atentados de Charlie Hebdo. La encuesta se hizo ad hoc tras los atentados, no sé buscando qué respuestas, el caso es que el resultado fue este pero la solución sigue siendo el ataque armado y los grandes Pactos anti, contra, de, desde…
El país hacia el que muchos mirábamos, el referente de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad corre el riesgo de convertirse, como advirtió el Gran Wyoming, en el país de la Libertad, la Igualdad y la Seguridad. Así que yo, por lo de pronto, voy a rebuscar en mi armario algún vestido azul, por lo menos para estos tiempos en los que los alemanes sigan vistiendo de gris. Es lo que tienen algunos colores, que tanto en las guerras de antes como en las de ahora, nunca pasan de moda 😦