No, al final no me he ido a Nueva York. Y de lo poco que he visto, la verdad, podría decirse que el outfit camuflaje ha caído de las pasarelas, que no de las tendencias. Así que, de repente, se me ha ocurrido una idea, no sin ayuda de un reportaje casual de la revista Telva; que no es frívolo todo lo que parece, solo hay que saber mirar con otros ojos.
El reportaje en cuestión, realmente, es un pie de foto de un estilismo que yo creo que podría ser apto para concertinas. Sí, ya sé que en un post anterior hablé de que alguien había dicho que la occidentalización de los refugiados sirios jugaba a su favor respecto a afganos, iraquís o palestinos pero… vistas las últimas imágenes de humillación, desesperación y acorralamiento creo que se confirma que tal comentario era bastante errado, uno más para sumar a la lista de barbaridades y sinsentidos que estamos escupiendo por la boca, así que mejor look militar e intentar pasar desapercibidos.
Porque las situaciones de crisis es lo que tienen, en condiciones extremas sale lo mejor y lo peor de nosotros mismos; solo así se puede entender la ola de solidaridad civil que se activó mientras la burocracia maneja sus tiempos e intrepreta a su modo el concepto de urgencia. Pero, también, solo así se justifica la exaltación del sentimiento étnico, que no patrio, del gobierno húngaro, claramente explicitado por su embajadora en España en una entrevista en La Sexta. No es la única, no obstante, que está dejando caer el argumento de la pureza o de la raza para validar el cierre de fronteras, véase al candidato a las elecciones catalanas por el PP diciendo que musulmanes no pero latinos sí. La verdad es que ya está tardando la caverna -si es que no está haciéndolo ya- en tergiversarlo todo para arremeter contra Cataluña y el nacionalismo en general si, finalmente, hay un apoyo mayoritario a Junts pel si.
El poder de la imagen
Sin ánimo de parecer insensible, o casi húngara 🙂 lo que me he planteado estos días, en los que Aylan ya descansa en paz y el nuevo foco informativo se ha centrado en el hombre y el hijo pateados por una periodista más zumbada aún que la embajadora, es ¿qué es lo que pasa con los refugiados que no chupan cámara? ¿Por qué el gesto, encomiable, por supuesto, de ayuda inmediata a este buen hombre, prácticamente no se ha visto, por ejemplo, con el número de escenas estremecedoras de deshaucios con las que hemos comido o cenado en el último par de años? ¿Por qué nos duele más lo ajeno y nos anestesia lo cotidiano?
Esta semana, adultos y niños han seguido causando bajas -hoy mismo ha muerto una niña- pero, a falta de imagen, te limitas a ser un número en un recuento. Esta semana hemos visto planos de las concertinas tan cercanos que casi pinchaban. Información, sin embargo, poca. Quizás es que después de tantos meses viviendo sin televisión he olvidado las peculiaridades del medio pero… no sé, el background es el mismo para todas las noticias, ¿no? ¿entonces, por qué hay que ir a buscar casi a propósito que buena parte de las alambradas vienen de España o que buena parte de las armas de todas esas guerras vienen de los países que ahora no se ponen de acuerdo en las cuotas de acogida?
Ayer leía un texto con el que me sentía muy identificada: “Cada vez le costaba más aceptar algunas cosas. Se volvió algo radical. A la televisión (…) Al discurso político de siempre (…) A su propia culpa por el bostezo que le provocaban la mayoría de las conversaciones a su alrededor”. Ayer me reprochaban que había vuelto muy desapegada, pero es que ahora sí que me siento, más que nunca, como de otro planeta; ahora sí que puedo decir, verdaderamente, que soy de Saturno. Como la autora del texto, una cooperante que al final no acaba de adaptarse al regreso y cuando mete las manos en los bolsillos echa de menos no encontrarlos llenos de tierra.
Por eso se me pareció buena idea la de las pasarelas, porque puestos a asumir ruido y espectáculo qué mejor que uno que, al menos, sea estético, entretenga y no remueva mi conciencia. O que sí la remueva pero me permita encontrar un disfraz con el que camuflarme y poder pasar desapercibida, porque más cansados están los que llevan miles de quilómetros a sus espaldas para llegar a unas fronteras cerradas, lo sé, pero yo, ahora, egoísta, necesito hacer un break. Meto las manos en los bosillos y lo que echo de menos es el silencio. Porque ya lo dije una vez, solo en silencio podremos llegar a escucharnos.

Foto Gabriel Tizón. Niña en Viena. Fotos que emocionan, fotos que llegan, fotos que duelen… sin hacer ruido