Aprendizajes

mochila

Cargamento esperando llegar a casa

Casi de vuelta y parece que no he aprendido nada y eso que sigo vestida de mochilera. Hago escala en Madrid y apurando el tiempo con una caña antes de regresar a casa me pueden la misma angustia y la misma tristeza de no querer volver a Mordor. Desde luego no es un sentimiento muy acorde con el : Think good, Do good y Something is good que nos enseñó el taxista camino del desierto. Un joven que nos mostró, orgulloso, la foto de su hijo recién nacido y nos contó, más orgulloso todavía, que su «do good» había sido ceder su primogénito a su hermana porque se había quedado soltera.

Aún tengo mucho que reciclar y mucho en qué reflexionar para discernir qué es normalidad y qué diferencia cultural. Por ahora, los únicos valores que envidio desde mi bohemia terraza de Malasaña son los de la solidaridad, la alegría y la convivencia, que no es poco.

Reflexiono sobre la solidaridad ante una escena que presencio y que protagonizan dos ancianas con arrugas de muchos años y de demasiada soledad. Desayunan en la terraza de enfrente. Es domingo. Una de ellas, sin embargo, está tendida sobre la mesa pero hasta su compañera la ignora. Su falta de reacción despierta, por fin, la preocupación del dueño del local, que intenta reanimarla mientras los demás somos, en el mejor de los casos, meros espectadores. La otra mujer también sigue impasible acabando su croissant, en un gesto evidente de que la edad le ha privado de la capacidad de discernir el riesgo. A la llegada del Samur, la enferma parece haberse recuperado, no obstante la hacen pasar a la ambulancia para atenderla in situ. La amiga continúa desorientada y solo cuando termina su desayuno da vueltas alrededor del vehículo, pero ninguno nos levantamos a tranquilizarla. Más grave es la actitud de un conductor enfurecido porque el transporte medicalizado  le está cortando el paso. Sale de su coche y comienza a aporrear la puerta tras la que se encuentran sanitarios y paciente. Con mucha amabilidad, el sanitario pide disculpas y mueve la ambulancia. Finalmente, la anciana vestida de domingo sale con una sonrisa de agradecimiento, prometiendo acudir a su médico de cabecera en  cuanto comience la semana. Su amiga y ella se cogen del brazo y desaparecen calle arriba. Solas, sin un Namasté deseándoles mejoría, sin un ofrecimiento de ayuda o de compañía. Hemos vuelto a España.

ancianos felices

Ancianos felices. Jaipur

Sobre la alegría, pienso en ella revisando la colección de sonrisas, puras e instantáneas, que se registraron tras nuestros objetivos a cambio de unas rupias o a cambio de nada y el tema de la convivencia me lo planteo toda vez que al despertarme ya no he sabido a qué Dios rezar. Más de 2.000 quilómetros de un extremo al otro del norte de la India en los que no siempre hemos acertado con el  el Hare Hare, el Assalam Alaykum o el Namasté y aún así nunca ofendimos a nadie. Lo que no quiere decir, obviamente, que no exista conflicto, sobre todo si abrimos el debate a lo geopolítico.

Tipos de pobreza

Mentiría si no reconociera que ya me tarda abandonar el look trotamundos y estrenar mi falda Dalit con complementos de occidente, pero tal vez sea porque, a medida que aumenta la perspectiva, no sé de qué o de quién aprendí más en este viaje, si de la hostia de realidad que supone el país y que a huevos te baja los humos o de nosotros mismos, de los «mochileros» que nos fuimos encontrando por el camino. Porque la contradicción es intrínseca al ser humano pero esta puede ser reconocida o inconsciente. Filtrarse en comentarios en principio inocentes que, sin embargo, harían las delicias de cualquier sicoanalista.

falda

Shopping

Siempre me ha parecido un tópico aliviaconciencias eso de que el que menos tiene suele ser más feliz y mejor gente, que realmente se necesita muy poco para vivir y que la depresión es un lujo burgués que te puedes permitir porque no está en riesgo tu supervivencia. Visto lo visto y vivido lo vivido, me enfurece y me genera impotencia que, efectivamente, haya más de 600 millones de pobres en un país elegido o condenado a ser primera potencia en unos años. Pero, salvo por la obviedad de tener las necesidades básicas cubiertas e, incluso, algunos caprichos, tampoco envidio el otro tipo de pobreza con la que me voy cruzando en el camino.

Soberbia

Desde luego no quiero ser ni como Jane ni como Catherine, alojándose desde hace años en la misma casa de huéspedes de un barrio medio y haciendo ostentación, incluso después de tanto tiempo de convivencia, de su superioridad intelectual, cultural y de riqueza. Jane es profesora universitaria y nunca viaja en clase turista y, para ella, la India es una especie de territorio sin ley donde te pueden acechar todo tipo de peligros y contraer todo tipo de enfermedades infecciosas. Catherine es más tranquila en lo que se refiere a la seguridad pero se molesta y evita reconocer cúanto le costaron unas preciosas chaquetas de seda que venderá en su boutique de París por más de 100 euros.

Insatisfacción

Observo a Charlotte y me comparo con ella, pero finalmente concluyo que tampoco es un modelo a seguir, salvo por su bondad. Lo que más me conmueve es cómo ocupa racionalmente el tiempo, hasta el espiritual, para no hacer balance sobre su vida llena de prejuicios, ataduras, discursos de academia y rigidez, que siempre la mantendrán en un estado de eterna insatisfacción vital aunque ella no lo sepa.

Como no sabe que pedir inconscientemente el líquido desinfectante justo después de darle la mano a un indio de la calle y reconocer que no haría lo mismo con el indio del Starbucks la asemeja más de lo que quisiera a una vejez como la de Jane.

Ausencias

Pedro. Tenerlo todo y estar solo en el mundo. Su evolución podría haber sido peor: niño rico, huérfano de madre desde los 17 y semi abandonado por un padre más preocupado por sus negocios y sus nuevas mujeres que por su hijo. Opta por entregar su vida a la fotografía denuncia como forma de aportar su granito de arena para cambiar un poco esta mierda de mundo. Chapou!, dirías, porque con ese perfil y 25 años lo más seguro es que acabara siendo un pijo gilipollas, pero cuando se levanta para hacer una foto y se acuerda, lacónico, de la ausencia de su madre… te vuelves a pellizcar para reconocer lo afortunada que eres, y eso que tampoco tienes madre.

Misterios

Me llaman poderosamente la atención los hermanos -hermano y hermana- checos con los que dormimos al raso en el desierto. Él sí cumplía todos los tópicos del trotamundos ya entrado en años que un día decidió que a la pregunta: ¿a qué te dedicas?, respondería: a recorrer el mundo. Poco más supimos sobre lo que hacía para costearse esa forma de vida y mucho menos para mantener la escolarización de su hija adolescente en Londres, a la que visitaba la mitad del año. Quizás sea un lord o un Steve Jobs de la vida o, quizás, ni siquiera existió, fue una de esas visiones irreales que se supone se pueden producir en el desierto.

Espiritualidad y cooperación

Cuando le preguntas a alguien por qué viaja a la India te puedes encontrar con dos tipos de respuestas, con el viajero o turista que busca cierta espiritualidad o con el que se desplaza a trabajar en un proyecto de cooperación. Este es el caso de Catalina y Jon, dos jóvenes músicos que eran puro amor y que esta vez no colaboraban con ninguna ONG, lo que no les hacía perder la perspectiva de cómo ayudar o cómo aprovechar su música en un momento dado en beneficio del país de los mil países.

Marina es de las que buscaba espiritualidad y, sin embargo, vuelve algo decepcionada. Quizás es que tendría que mirar hacia otro lado, hacia lo afortunada que es pudiendo hacer este viaje en el que le ha pasado de todo con sus dos hijas. Hijas de misma madre pero diferente padre y no precisamente ejemplar. Diana, la mayor, habla sin pudor de cómo la estafó el propio día de su boda, cuando ella juraba y perjuraba que había cambiado. No es que lo perdone, hace más de diez años que no sabe nada de él, no obstante aún quiere verlo, quiere darle la última oportunidad de una conversación, de una despedida.

Destino

Yo que iba en busca de unas historias y me he encontrado con otras. Quizás es lo que estaba destinado para mí en este viaje. Tal vez sea ese el aprendizaje que me tocaba en este momento. Así que, al final, la experiencia no ha sido tan en balde y sí debo sentirme orgullosa: de lo consciente y lo inconsciente, del prejuicio y de la contradicción, de lo visto y de lo oído, del ruido, de los colores y hasta de no querer volver a Mordor.

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