Necesitaba una nueva sección pero nunca pensé en una como esta, a pesar de lo mucho que me gusta leerla en los diarios. No es una cuestión de morbo, que nada detesto más que la muerte, es una cuestión de curiosidad y de respeto por aquellos personajes a los que la historia decidió relegar a las últimas páginas del periódico, independientemente de su talento.
Es como las películas de serie B, sí, esas que, sin embargo, a mí me dan tan buenos momentos en mis tardes de sofá y letargo. Leo Obituarios porque siempre me son ajenos, siempre son como un ejercicio de aprendizaje y memoria pero de otros tiempos, por eso casi siempre son en blanco y negro.
Enma Pino parece que se va también de ese color, y no por su inesperada y temprana ausencia, sino porque alguien ha desempolvado una antigua instantánea de glamour, felicidad y risas, que así es como uno se debe despedir y recordar; una Dolce Vita, imagino que viguesa, protagonizada por dos mujeres de los 80.
Enma, «sublime pianista«, como leo buceando algo en la hemeroteca, quizás no vaya a ser un personaje que haga historia, porque en la historia no tienen cabida los «malditos» -y mucho menos si estos son del género femenino– ni tampoco los hijos de una época, salvo contadísimas excepciones. Quizás no haga historia pero este no va a ser su único Obituario, porque era querida, era amiga, era compañera, era madre, era abuela… y sí, también artista.
Resulta díficil escribir sobre la muerte cuando esta te toca tan cerca, y no porque yo tuviera una especial relación con Enma, apenas la conocía, pero sí sabía bien de su existencia, porque yo no conocí a Gabo pero sí tengo amigos que también escriben e interpretan y hoy me he levantado escuchando, literalmente, su ira y su llanto.
A veces me puede el prejuicio a la hora de juzgar y llegué a ellos, sobre todo a su amante y compañero, con mi desconfianza en alerta, sobre todo ante «faranduleros». Pronto bajé la guardia y el prejuicio se convirtió en total y avergonzante remordimiento cuando a mí también me llegó mi hora. Sí, en mi caso por ley de vida, aunque a los 70 aún no le correspondía. Para mí ya murió ese 13 de Septiembre en el que me comunicaron la noticia de su tiempo de descuento, y el 14, mientras ella, la amiga escritora se iba al trabajo, él me cuidaba en una escena que tal cual parecía de la Dama de las Camelias. Luego llegó el otro, el otro escritor, el que me acompañó todas y cada una de mis nochas en vela gracias al tipo de comunicación al que Steve Jobs tanto ha contribuido.
Igual que aprendemos sobre todo de los fracasos y errores, también consolidamos relaciones de las situaciones jodidas así que de aquellos tiempos hoy… A mí se me dá tanto por los tríos 😉 aunque mi corazón esta vez está especialmente contigo, You know.
Estos días de entretiempo, buscando entre tanta sudadera y sport camiseta alguna que presumiera del 74 en su delantera, asumí, por fin, que ya he llegado a una edad; esa en la que como decía el gran Indiana Jones, el padre de Han Solo, la vida empieza a quitarte más de lo que te da.
A Enma tampoco le tocaba pero parece que así estaba escrito, si es que es verdad eso de que ya nacemos con un guión, que al final… va a ser que todos somos teatro. Las sudaderas empezaban todas a contar desde los 80, es decir, yo no soy su público objetivo, sino los que nacían mientras yo comulgaba y Vigo era aquella movida.
No hace mucho que también nos dejó Germán Coppini. No por manido puedo obviar decir que fue un visionario, él ya cantaba en aquel momento que eran malos tiempos para la lírica, estos quizás aún son peores, para la lírica y para todo lo demás, y ella lo sabía y le dolía -impresiona ver su facebook cuando ya no está, con múltiples enlaces sobre todos los motivos por los que nos tenemos que manifestar- quizás por eso se haya ido, porque no podía tocar más alto el piano y que se/nos oyera.
Sigue llorando, mi amor amado, porque ella y todos siempre estaremos contigo.
Y con la misma, me vais a perdonar pero:
-Camarero, sírvame un Bloody Mary, por favor
A tú, su salud