El sur también existe… casi siempre, eso sí, en forma de canción o de caridad. Este jueves hará un año del derrumbe del edificio Rana Plaza en Bangladesh y ni las familias de las 1.127 víctimas ni las más de 2.500 personas heridas han recibido las indemnizaciones que les correspondían.
Ni tan siquiera han contado con una canción, será que se trata de una cultura de ritmo más sosegado, salvo cuando de apurar la aguja en el taller de Primark, Benetton, Zara, El Corte Inglés o Le Bon Marché se trata.
Fue una tragedia aún más trágica, si cabe, porque ni la lista de nombres de ese millar, ni la de los 400 que ya habían perdido la vida antes (2006 y 2009) en Bangladesh y Pakistán ha sido publicada en ningún periódico o revista ni recitada en ningún acto oficial.
No hay música para los malditos, para los desterrados, para los parias de una tierra que, sin embargo, todos pisamos: en los spa o clases de yoga como banda sonora para relajarnos; en los vaqueros con etiquetas que, de nuevo, te sientan tan bien y te puedes costear porque el paro te ha obligado a meterte en un talla 34, pero no te permite comprar unos de «marca» o en la lectura de un reportaje que quizás te duela, pero ya sabéis como va esto de las noticias, que nadie va a mirar el periódico de ayer.
(Made in Bangladesh, aunque no se vea, con camiseta FSM-Kenya)
Estamos en fechas de poder leer ya los nuevos números impresos de las revistas que aplican el photoshop al verdadero coste y origen de muchas prendas y que, me atrevo a aventurar, van a aplicar el silencio sobre la tragedia. Ni siquiera recuerdo, aunque fuera de forma edulcorada, algún homenaje a una realidad que también nos es muy cercana, porque también hay Sur textil en España.
Me enfrento, mientras escribo esto, a otro tipo de textos: La Generación Born Free, el look tribal, las niñas Couture, las escobas de Chanel... y apenas entiendo:
«Estábamos en plenos desfiles de París cenando con una amiga muy querida que nos contaba con todo detalle la increíble boda a la que acababa de asistir en Qatar. Se casaban los vástagos de dos riquísimas familias. La novia eligió una belleza de alta costura de Dior mientras una cohorte de costureras capitaneadas por la oficiala del taller tomaba medidas a dos niñas de 5 y 7 años que acababan de elegir dos vestidos de 34.ooo euros por cabeza» (Telva)
«África siempre resulta inspiradora, siéntete chamán y libre» (Elle)
«Sueños de Libertad. En Soweto algunos jóvenes negros viven en chalés de lujo mientras sus vecinos son paupérrimos. Nthando Mtswendi, de 17 años, quiere ser guía turística y su sueño es comprarse accesorios de Gucci. Tebogo, de 16, quiere ser Miss Sudáfrica y caminar con zapatos de Chanel y Nomathamsanqa, de 19, quiere crear su propia marca de moda, que no sé muy bien cómo sus estudios de astrofísica la van a poder ayudar en tal empeño, confío en que el telescopio la haga mirar más allá de ciertas fronteras.» (Marie Claire)
No seré yo la que niegue que a mí también me encantaría taconear de Dior y debo de reconocer que el cristal a través del que os escribo lleva el distintivo de Cocó Chanel, eso sí, ya con rayaduras y con alguna dioptría menos de las que corresponden a mi vista cansada. Ahora bien, ¿no resulta algo turbador? El reportaje sobre los Sueños de Libertad en Sudáfrica, por ejemplo, hace un paralelismo con la generación Old, la que acudió a enterrar a Nelson Mandela. ¿Qué es lo que hemos hecho tan mal?
Leo en Infolibre que las empresas españolas implicadas en la tragedia de Bangladesh habían anunciado aportaciones a un fondo de solidaridad de carácter voluntario que las desvincula legalmente de toda responsabilidad en lo ocurrido, pero éste solo ha recibido de momento un tercio del dinero prometido. Continúa la noticia explicando que, tal vez en unos días, las víctimas reciban un primer pago de 470 euros por familia.
Estas son las sandalias abotinadas de Pucci
Son el must del outfit tribal de la temporada y cuestan casi cuatro familias (1.950 euros)
Supongo que son las leyes del mercado y admito que de la misma manera que no me vale la resignación ante tal sentencia tampoco voy a izar la bandera de una cooperación tantas veces mal entendida. Ya he opinado bastante en este espacio sobre Acnur y sus agentes comerciales. Cuanto más conozco la realidad de parte de las ONGs, más me desanimo; y sí, lo sé, estaba más que advertida por quien lleva más años que yo en terreno y con una actitud verdaderamente comprometida.
Tengo la suerte, además, antes de que me lluevan los reproches, de que no estoy sola en esto de evitar eslóganes y estereotipos.
Tengo a Cut; la incidencia política en la que, quizás, ingenuamente, aún acredito y una canción que responde, en forma de parodia, al We are the world: Porque si el primer mundo dijo cómo ayudar al Sur, ¿por qué no puede el Sur decir ahora como salvar al norte?
Bangladesh aún no tiene una canción pero estoy segura de que Cut le cede la suya.
El texto al que te refieres, que firma la directora de ‘Telva’, no tiene desperdicio.
Por cierto, qué me dices de otra ‘moda’, la de subir y bajar el Everest (más concurrido que As Catedrais esta Pascua), mientras los sherpas pagan con su vida, por apenas mil euros la temporada, el capricho de unos pocos…
Que quien fuera Sherpa para indicarles mal el camino. En fins, que gracias por la observación y como penitencia a mi demora en la respuesta prometo post sobre arriba/abajo, que aún encima los estilismo y equipamientos de unos y otros seguro que también dan mucho juego 😉