Si, son más horas de ver que de leer, pero es la ventaja de las palabras bien escritas, en forma literaria o periodística, su atemporalidad. Por eso, una vez más, comparto publicación sin mirar el reloj, ajena a las convenciones, protocolos o reglas que también rigen el mundo virtual. Nunca había reflexionado sobre esto, la verdad, simplemente trataba de disimular bonito que no me había dado tiempo o no había podido publicar antes.
Pero ahora que lo pienso ¿qué puta mierda, no? que hasta las redes, nuestras conversaciones, los espacios personales que creamos al final también estén sujetos, no a horarios -que eso también pasa en la vida analógica- sino al mercado. Somos marca, somos producto y estamos aquí para que las estadísticas de Mark Zuckerberg nos regalen un alcance determinado. Sí, es así y yo también he claudicado.
Y ojo, que utilizo lo de «vida analógica» conscientemente, porque ya no tengo claro si existe una vida que podamos llamar real y si existe, por lo menos en mi caso, dónde ha quedado. Anne Merkel nació porque necesitaba una firma, es cierto; pero la verdad, aunque creo que nunca lo he contado, su creación tuvo mucho más de superación personal. Por eso, primero la parí y después me sometí a su embarazo, con todas las lecturas, consejos y prevenciones que dan a las que pasan por ese trance.
Hoy que escribo fuera de hora y que sé que no me voy a comer un rosco, que el algoritmo no me reconocerá y que los demás conceptos y fórmulas que miden tu supuesto éxito social en red tampoco van a dar como resultado un salto a la fama, reconozco que me la suda, así, abiertamente. Porque lo de hoy tambien tiene más que ver con algo que superar o, mejor dicho, algo que lograr: recuperar el hábito de la perserverancia.
Guayasamín, árboles y mandarinas
Comparto cama con sábanas que ya piden un nórdico y no una manta de sofá; con un cóctel imposible de restos de mandarina; libros sobre moda y anticapitalismo; revistas que son, precisamente, de moda; una lámina de Guayasamín que se vino abajo poco antes de que también lo hiciera parte de mi mundo; dos latas de cerveza semivacías y un único orfidal que tendré que saborear en pequeñas dosis para que esta noche no vuelva a ser un infierno. Y no, lo peor no es la falta de sueño, las vueltas que das en el poco espacio que te queda en esta cama tan extrañamente habitada, sino que la mente no para: visualizas delantales, customizas corbatas, sueñas árboles ecológicos de navidad y te metes en la piel de un letrado rodeado de leyes, folios y supuestos preparando un caso, tu caso.
Y vuelta a empezar, ya es de día, pero tu mente siente el agotamiento de una empleada japonesa de esas que sufren el síndrome de no se qué, con efecto muerte. No, a mí el corazón todavía me late, pero como me sentenciaron una vez: «tú no necesitas que se te paren las válvulas, tú nunca recurrirías a una soga, porque tú eres la mejor arma o enfermedad terminal contra ti misma» y hay pruebas irrefutables de que hemos alcanzado ese estado letal.
No, no son los restos de mandarina, ni siquiera las birras las que me han conducido, una vez más, al encefalograma plano…. ¡es el pijama, que ni siquiera combina! ¿Qué, os da idea o no de la gravedad de la situación? Quizás más tarde, cuando cuelgue por fin el post, sea un buen momento para corregir algo en mi vida -en la real, ya que en la virtual ya hemos quedado que a estas horas de poco sirven los actos de contricción- y me decida a elegir un dos piezas que, por lo menos, haga juego.
Eso sí, la economía no da para mucho más que para el mundo Inditex, lo que tampoco es excesivamente malo -otro día discutiremos sobre eso- que el Manual anticapitalista de la Moda no duerme conmigo en vano.
Vestir Low Cost, incluso para dormir, tiene además un plus en estos tiempos, es como un homenaje al grupo de trabajadoras de la provincia de Pontevedra que por primera vez en la historia del imperio de Amancio Ortega se atrevieron a hacerle frente. Su ejemplo ha sido una demostración evidente de que, como dice la canción: «A luita continúa» o, quizás, es más necesaria que nunca. La lucha colectiva, la lucha de la calle que, cuanto más vivo fuera de ella, más cuenta me doy de que es la única verdadera, la única en la que aún se puede seguir creyendo. Por eso este primer texto de regreso, que recupero de algo ya publicado en la página de Face, quiero que sea un homenaje a ellas, de la mano de una pequeña libélula canaria que se llama Gara. Una sonrisa eterna de chiste absurdo y, por tanto, inteligente que se apellida Santana –y no es cursimetáfora, pero no sé si estoy autorizada a hacer publi de su canal- y un flequillo a veces recto, a veces arremolinado donde convive el resto de la fauna a la que miro de reojo cuando mi nivel de cinismo empieza a alcanzar cuotas inaguantables hasta para el pinkpunk.
Su texto no es el más reciente, pero me gusta rescatar estos dos párrafos porque creo que vienen muy a cuento con la necesidad de la que estamos hablando: que haya más «EspíritusBershkas» en nuestras agendas. Y por puro egoísmo también, lo reconozco, porque son como un mantra al que debo agarrarme para creerme la mitad de lo que digo o escribo.
http://garasantana.com/rafael-mayoral-una-militancia-por-l…/
Al fin y al cabo, el compromiso es por cambiar las cosas y la militancia es una militancia por la vida. En este caso hoy nos toca jugar un papel en la institución porque así nos lo han pedido muchos compañeros y compañeras y mañana nos tocará hacerlo en otro lugar pero el compromiso sigue siendo el mismo: pelear por el derecho a una vida digna para todos.
(…)Sigue existiendo un tejido de movimientos sociales importantísimo en nuestro país, con una capacidad de propuesta social y política valiosa y desde las instituciones debemos ser capaces de mantener los oídos abiertos a sus demandas.