Gran Hermano RIP

presas guerra civil

Mujeres presas durante la Guerra Civil

Hoy he traído trabajo para casa, de vida o muerte. No porque así sea su urgencia sino porque, leo: «La Liga de Caridad se concibe y pone en ejecución el cuidado de los enfermos terminales desde el año 2.000, que culmina en la construcción y puesta en marcha de la Casa para estos enfermos en 2006″.

Nace como obra laica pero bajo la dirección espiritual de la Iglesia Católica, asumiendo el trabajo de acompañamiento de los deshauciados como el privilegio de compartir con Dios el don de ser misericordioso. Hoy, que me han acusado de ser una mujer dura y maltratadora– víctima, pobrecita yo, pobrecitas nosotras, de la Guerra Civil española, pero esta es otra historia- me cuestiono y me rebelo ante tal privilegio porque hoy, precisamente, hace nueve años que ingresé en una de esas Casas.

No, no estoy muerta, aunque a los médicos siempre les cueste encontrarme sangre y latido, ni tampoco he sobrevivido a un puto cáncer; estoy, soy, fui una paciente pasiva que, desde luego, vivió sus días de acompañamiento con ganas de que ese mismo Dios se metiese su misericordia por el culo, si  de lo que se trataba era de arrebatar y no de salvarla para el mundo de los vivos, el único que, por lo de pronto, yo conozco.

 

RECUERDOS, GOLPES Y OLORES

Hoy se han arremolinado los recuerdos. Me sobran los motivos y me pueden las circunstancias, porque la distancia magnifica, lo bueno y lo malo, así que sumen el desarraigo de un océano por medio con el desamparo de la orfandad y…menos mal que soy de letras 😉

Hoy, debe ser porque también me ha dado por el tango, me he puesto arrabalera y sentimental y revivo a Teresa, a  la mujer con pelo vaca, al ente….obsolescencia programada a todos los personajes del particular Gran Hermano RIP en el que convertí mi tiempo de Cuidados Paliativos, porque todos los días había un nominado y todas las noches, expulsión. Un golpe seco, el portón fúnebre. Un golpe metálico, ambulancia e ingreso.

El disco duro también archiva olores que hoy, igualmente,  se reactivan, porque la muerte se oculta pero el olor permanece, al desinfectante con el que la civilización y la ciencia pretenden engañarnos y autoengañarnos sobre una realidad que sucede, a la que nadie será ajeno, pero para la que ya nadie nos prepara.

Hemos desnaturalizado una parte del proceso vital, biológico creyendo que el progreso nos hará invencibles cuando, al final, ese progreso mal entendido no solo no puede ni debe garantizar la inmortalidad sino que nos está abocando a nuestra propia obsolescencia programada..

Hoy faltan apenas unos días para Halloween, para el Samaín. Tiempo de difuntos y tiempo de calabazas. Cuando era pequeña y visitaba, feliz, a mis muertos, veía calabazas gigantes detrás de la iglesia del cementerio. Lo pienso y, aunque las he buscado, con mis nuevos muertos no han vuelto a aparecer. Tal vez porque la visita ya no es feliz, tal vez porque la edad es como esta distancia, estadios en los que no aciertas a dar con la dimensión misma de las cosas. Gran Hermano, en una palabra.

Teresa vestía mortaja azul, como la muñeca, apuntó el cura y su misericordia; la de mi madre era blanca y su preocupación, saber si necesitaría calcetines para subir al cielo. DEP

 

 

 

 

 

 

 

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