Bonito, ¿verdad?…
… el vestido, digo. Es un Adolfo Domínguez; discreto, que no aburrido; elegante, sin ser formal; versátil, según la ocasión lo merezca; previsor, en función de como tengas ese día la conciencia, si blanca o si negra.
Fue uno de esos regalos con mensaje con la sana intención de convertirlo en regalo fetiche, pero quizás porque no venía acompañado de unos bonitos zapatos sigue en la percha y todavía conserva la etiqueta. Que en cuestión de pies también tengo fondo de armario para rato, pero una vez en un capítulo de House oí que no es recomendable calzar Prada para una entrevista de trabajo y después de horas jugando a la Cenicienta, sólo mis tacones italianos me parecían los más indicados para realzar, sin estridencias, la figura que el tejido de punto modela, que ya que estamos hablando de Italia… no podemos obviar hablar de curvas.
El caso es que ni así, ni cayendo ya muy bajo y aprovechándose una de sus atributos ha conseguido ser tendencia, yo que siempre creí que iba a la última… y resulta que hoy, lo trendy, es ser uno de 1.949. Bueno, supongo que es lo que tiene ser femenina pero proletaria, que al final, aunque la mona se vista de seda, mona se queda.
¿Y si el problema no está en el vestido?, ¿ni en los zapatos siquiera?. ¿Podría alguien regalarme un antiojeras?, en Abril, la respuesta 😉