Por ella, para ella

ollos

Pre-efecto Panda

No es mi registro habitual, pero hay días así, en los que te sorprende la nostalgia; si me apuras, incluso las lágrimas. Porque sí, en Saturno también se llora, sin descuidar el carmín en los labios pero dejando correr el rimmel a su libre albedrío pese al tan denostado efecto panda.

En tiempos de tsunami que acaba con tus huesos junto al mar, pero en una orilla con la que  no contabas, aún me despierto algo desorientada. Dando vueltas en círculo alrededor de mi planeta sin conseguir definir bien qué le ha pasado a mi nave, si avanza o ha caído en bucle en un agujero negro. Confirmo que la vida, a veces, transcurre a la velocidad de la luz pero, en este caso, no tengo claro qué rumbo ha tomado.

Señales

Demasiado condicionada por las efemérides, la superstición y la memoria, miro hacia el suelo y hacia una pared vacía. Donde colgaban mis sueños y progresos, ahora no queda ni la marca del clavo; desperdigados por el parquet, están todos los recortes, souvenirs y condecoraciones que Marta me fue otorgando conforme avanzaba. Se lo pregunté en su día, si el estruendo que me sorprendió pintando el ojo a principios de mayo, sin tiempo para nada más que para comprobar qué es lo que se había venido abajo, debía interpretarlo como una buena o mala señal. Un mes después, aún no he vuelto a casa, como quien dice, así que el caos está tal cual lo he dejado y Marta sostiene que todo es mucho más simple: recoger lo que se ha caído y ampliar mi cuadro con sueños nuevos.

Desconoce que la realidad se anticipó a mis artes psico-decorativas y que los proyectos me eligieron a mí, sin contar y de forma precipitada. Y lo hicieron con algún que otro momento de “esto ya lo he vivido”, con calendarios más que coincidentes si echamos la vista atrás y con referencias que, de repente, actúan como resortes. Señales de identidad que no habías perdido pero que sí permanecían aletargadas en algún rincón de algún estante de los que aún permanecen semivacíos, pese a cumplirse un año ya del regreso de la experiencia en el “exilio”.

Es lo bueno y lo malo de las campañas electorales y las ventajas y las desventajas de llevar ya demasiados años en ruta, con marea o sin ella. Recuerdo la del 2001 porque le siguieron seis meses de baja por depresión y varias visitas a unos rancios y casposos inspectores médicos para asegurarles que mi situación nada tenía que ver con el trabajo y, por ende, con los resultados en las urnas. Recuerdo la del 2005 porque dio el tiempo justo para que mi madre nos dejara con la satisfacción de ver una Xunta gobernada por alguien distinto a Manuel Fraga. También hizo un esfuerzo sobrehumano para hacer latir su corazón hasta el día 22, día de Santa Cecilia, patrona de la música que tanto adoraba y que tanto la acompañó. Sólo ella y lo que quiera que pase por los subconscientes cuando entras en coma irreversible podía tener tan claro que su funeral no podía celebrarse un 20N.

Mis días de baja del 2001 se prolongaron hasta el 2002, año del estreno de Lugares Comunes, una de mis películas fetiche, una de mis películas de rescate ideológico y existencial –como Un lugar en el mundo y Martín Hache-. Una suma de, lo dicho, “lugares” por todos conocidos, sobre los que seguimos reflexionando, de plena vigencia en muchos casos, a los que parece que por fin se les puede dar respuesta más allá de lo discursivo. Lugares y valores universales, como los de 1789: Libertad, igualdad y fraternidad, que algunos reclamamos mucho antes ya de las plazas.

Tiro del hilo sobrepasada por la detestable práctica de hacerte con citas y referentes con los que contestar a las entrevistas de carácter humano para transmitir un determinado perfil que, quizás, no tenga mucho que ver realmente con el tuyo –y pienso, entre algunos otros, en Pedro Sánchez sobre José Luis Sampedro en el debate a cuatro-. Tiro del hilo, decía, y llego a su banda sonora, al Adiós al Soldado, de la revolución mexicana, que pone punto y final a la “historia sobre el dolor de la lucidez” que también es Lugares Comunes.

Mamá

Un día escribí algo muy políticamente incorrecto, reclamaba una especie de alzheimer selectivo que pusiera algo de freno a mi memoria desbocada. Sólo así, pensaba y pienso, podría evitar este tipo de cadena de recuerdos que, en su último eslabón, hoy me ha llevado a ponerlo todo perdido de mocos, legañas y carbonciño, o lo que sea eso de lo que están hechos los lápices sólo para tus ojos 😉

Bajé al trastero y recuperé el cuadro que presidió durante años la entrada de mi casa; ahogada entre libros de todos los tiempos y vestidos sólo de verano di con los guiones de Aristaráin, con páginas marcadas en las que va a ser mejor que no me fije, y escuchando el Adiós Adiós lucero de mis noches…, entendí el porqué de tanto moco.

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Carrillo acercándose a saludar a mami, en primer plano con gafas y sonrisa

Desde que murió mi madre sólo una vez fui capaz de volver a ver la película, dándole al pause en cuanto los primeros acordes de la marcha fúnebre indicaron el The End. Tanto en aquel momento como hoy, soy capaz de reproducir con total exactitud la escena de la última vez que la vimos juntas y sí, lo siento, pero aún me supera.

 

Será por lo muy política que ella era, lo muy rebelde, lo muy utópica, desde la visceralidad y la pasión, el mejor ejemplo de transversalidad también, ahora que lo pienso :).  Supongo que algo de eso se me ha pegado, al menos en lo profesional, y de ahí que finalmente esta temporada toque recorrer de nuevo estos caminos.

Por oficio y por respeto, como homenaje a su autenticidad, que a muchos debería de
servir de ejemplo, y como representante de su espíritu en la tierra, porque sé que sería muy sinatura beirasfeliz con este tiempo de cambios –y la más crítica también, ojo- y sé que estaría más contenta aún al verme en cierta medida implicada en la consecución de ese cambio. Donde quiera que esté ejercerá su voto el día 26 y como digo siempre, el Requiem de Verdi sonará para ella. Aunque sé que, como el soldado, desgraciadamente, no volverán mañana.

 

 

 

 

 

 

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